En estos casos, la representatividad se hace casi protocolaria y hay indicios para diagnosticar que las instituciones europeas --Comisión, Parlamento, Consejo-- no corresponden exactamente a lo que la ciudadanía aspira a concretar, aunque la opinión pública, por su parte, tampoco logre concretar sus deseos, ni convertir el nuevo euroescepticismo en una fuerza regeneradora.
Como rostro de la actual situación, Juncker es un ejemplo de lo que es el laboratorio institucional de Bruselas y al mismo tiempo no se puede decir que carezca de legitimidad democrática, por mucho que las instituciones se hayan alejado de los ciudadanos.
Lo más curioso es que, según veteranos observadores de los secretos de la Bruselas comunitaria, a Juncker no le entusiasma presidir la Comisión porque eso lleva mucho trabajo. En realidad le apetece presidir el Consejo, como sustituto de Van Rompuy. Singular sentido del servicio al bien común.
Detrás de la elección de Juncker como candidato del PPE estaba Angela Merkel. Rajoy le dio su apoyo a la espera de que eso contribuya a situar a Luis de Guindos al frente del Eurogrupo.
Hay quien da por hecho que el cabeza de la lista más votada --ya sea el PPE o la socialdemocracia-- accede automáticamente a la presidencia de la Comisión. No del todo: es el Consejo --jefes de estados y de Gobierno-- quien tiene la última palabra aunque el Parlamento dé su parecer.
A veces se diría que el proceder de los manejos comunitarios se esfuerza para mantener una cortina de humo entre los procesos institucionales y la ciudadanía. También es cierto que esa es la manera posible, hasta ahora, de avanzar en la integración europea. Después de las elecciones viene, por ejemplo, la enrevesada cuestión de la unión bancaria. La crisis de Ucrania refleja una paralización de la voluntad europea, como ya ha ocurrido con Siria.
La candidatura socialdemócrata va por delante en los últimos sondeos, pero la situación es de empate virtual. ¿Hará falta una gran coalición para afrontar los nuevos obstáculos?
Pues ahí tenemos al ex primer ministro de Luxemburgo, el astuto Juncker, un hombre de la Europa del colesterol, un bon vivant. Un insider en estado químicamente puro. Quién sabe si ganará ni cuál será su eficacia, pero da para pensar que en Bruselas ya haría falta un puñado de buenos outsiders.