Homs se precipita en la propensión incontenible de encaminarse hacia la torpeza política incluso en los momentos y circunstancias en los que las probabilidades serían prácticamente cero. Surca alta mar, pero como si fuesen aguas comarcales según derecho marítimo internacional. Tiene esa mirada de listeza que, puesto que sirve para regatear con éxito en el mercado de los jueves, cree posible derrocar un Estado, una monarquía, el orden europeo y posiblemente anonadar al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Su impacto merece algo más --o menos-- que el análisis político, porque ha roto todos aquellos moldes que en otro tiempo contenían la incompetencia en nombre del sentido del ridículo. Dejar Catalunya a su disposición es como poner una porcelana de Sèvres en las manos de alguien que lleva horas trabajando con un martillo hidráulico.
¿Qué no hubiese hecho con Homs la prensa satírica de otros tiempos? Aunque, en realidad, no da para mucho, porque nada de lo que dice es memorable, ni tan siquiera como metedura de pata.
El alcalde Pich i Pon, fue célebre por sus piquiponianas, cazadas al vuelo por los talentosos escritores de Mirador. Con los años le secundó el alcalde Joan Clos. Fue tan célebre que se le adjudicaban pifias de otros o inventadas en las redacciones. ¿Dijo realmente Pich i Pon: “En la Rambla de Catalunya han abierto un restaurante con luz genital”?
Con Homs no hay peligro de atribuciones apócrifas porque su dimensión expresiva es plana. Y al mismo tiempo, desde el atril de la sala de prensa, expande una autosatisfacción ilimitada, tan contento de haberse conocido que perdona la vida a los informadores porque, claro, es que no saben lo que se hacen y además preguntan.
Solo en un laberinto tan opaco como el que ha creado Artur Mas puede existir una especie política semejante a la que encarna Francesc Homs. Indicio de los tiempos que corren. Definitivamente, manca finezza.