Que en Cataluña se han perdido entre dos y tres años preciosos para la competitividad de la economía ya no es ni siquiera discutible. Esté cada uno en las posturas que crea más convenientes sobre el tema de la independencia y el proceso que se está llevando a cabo, difícilmente nadie podrá sostener con argumentos válidos que hemos avanzado un ápice en todo este tiempo.
Por fortuna, no somos únicamente los periodistas de este medio los que mantenemos esa crítica permanente a cómo se ha dilapidado un tiempo precioso para salir de la crisis y para mejorar las estructuras productivas del país. Si Cataluña sale con más o menos solvencia del túnel económico mundial en el que hemos vivido, nada tendrá que agradecerle a sus políticos. Es, más o menos, lo que ha dicho con valentía en las últimas horas el presidente de la patronal española CEOE, empresario catalán para más señas, Juan Rosell.
Dice el patrón de patrones que ya basta de mirarse el ombligo, que la gestión económica de los últimos años ha sido un desastre. Que “alguien tendría que explicar qué ha pasado” para que la administración de Cataluña haya pasado de una deuda pública de 10.000 millones con los gobiernos tripartidos a los casi 60.000 acumulados ahora. El presidente Artur Mas y sus consejeros económicos (Andreu Mas-Colell y Felip Puig) deberían ofrecer serias explicaciones de cómo este viaje en el que nos han llevado está convirtiéndose en una enorme coartada para tapar la ineficacia, cuando no inexistencia, de políticas, alternativas y soluciones.
El proceso que todo lo tapa nos entretiene, pero nos hace un daño enorme. Lo que nos han hecho con su ineptitud para gobernar situaciones difíciles es mucho más caro que cualquier hipotético déficit fiscal o monserga nacionalista equivalente. Eso sí, los palmeros de su circo subvencionado seguirán aplaudiéndolos ad eternum.