Hoy las encuestas detectan que la dudosa permanencia post-secesionista en la Unión Europea es una grave incertidumbre para la ciudadanía catalana. Por eso el independentismo más ultra pasa a un plan B.: si el precio de dejar España atrás es quedarse fuera de la UE, vale la pena pagarlo. Incluso se dice que dejar el lastre de España es equiparable a prescindir de las trabas jurídicas y de procedimiento que están convirtiendo --según esta lógica-- la Europa comunitaria en otro lastre más.
En fin, quedarse fuera de la UE no es un riesgo si no una oportunidad. Para los geo-estrategas del secesionismo, la Catalunya independiente tendría la opción de formar parte de la Asociación Europea de Libre Comercio (AELC o EFTA, según sus siglas en inglés). Reacia a la integración en la Europa comunitaria, Gran Bretaña concibió en 1960 un espacio de libre comercio al que se adhirieron países --especialmente nórdicos-- que deseaban formar parte de una unión aduanera.
¿Es que países como Dinamarca, Austria, Portugal, Austria Reino Unido o Suecia dejaron la EFTA por la Europa comunitaria para ir a peor? ¿Fue un trámite irreflexivo y sonámbulo?
La propuesta EFTA no procede de personalidades pintorescas como la de quien considera que Teresa de Jesús era catalana o que Americo Vespuccio era Eymèric Despuig. Procede de economistas iónicos de la secesión. También ha sido considerada por el Consell Assessor per a La Transició Nacional. De modo que la alternativa económica a la UE es la EFTA. ¿Valdría la pena el tránsito? De entrada, el caso de Suiza no es exactamente equiparable al de Catalunya.
Para una Catalunya que pretende ser próspera y no entrar en callejones sin salida, la EFTA no es la solución, sino un nuevo problema. En lugar de conquistar mercados puede llevar a perderlos. Muy extraña la propuesta ultra-liberal del secesionismo. Es un plan B. hacia el aislamiento internacional.